No todos los viajes que hacemos consisten en subirse a un avión, a un barco, a un tren… a cualquier medio de transporte que nos lleve lejos (o tal vez cerca) pero siempre a mundos, entornos y vidas desconocidas. El mayor viaje que vamos a realizar es el de nuestras vidas. Aterrizamos por primera vez en unos brazos que nos aman como nadie más en el mundo lo hará. ¿Qué pasará por nuestras mentes en ese momento? Nacemos, dejamos nuestra confortable cabina materna para ser recibidos en una terminal cargada de amor y cuidados. Tampoco se está mal aquí, ¿no?.
Nos embarcamos en una emocionante travesía. Durante años navegamos entre aguas felices: de juegos, de aprendizaje, de crecimiento… de forjar vínculos con nuestros seres queridos, de conocer a otros niños pasajeros de nuestra misma aventura…hasta que atracamos en el puerto de la adolescencia.
En este puerto deseamos volar de nuevo, y deseamos hacerlo solos. Realmente deseamos internarnos en el seno de una tribu y volar con ellos. Buscaremos a nuestros semejantes, a veces buscaremos referencias erróneas que realmente no nos identifican, por mucha fama o admiración que puedan generar en esa tribu.
En este viaje a través de la selva nos vamos a arañar con la maleza, vamos a sufrir; pero llegaremos también a claros donde la luna y el sol brillen y nos permitan disfrutar como nunca antes. Las ganas de vivir se multiplican, los problemas nos ahogan un día, para al siguiente ser enterrados entre risas y nuevas ilusiones. Aquí todo se vive con otra intensidad. Llega el amor, y llega el dolor. Llega el aprendizaje, el ir forjando vínculos con compañeros que viajarán a nuestro lado durante una vida. Llega el autodescubrimiento, el apuntalar poco a poco nuestra personalidad.
Este sendero brutal hará que nos adentremos en un paraje menos agreste, pero tal vez más feroz. Los viajeros de la vida se forman, aprenden, buscan un trabajo, en general deciden asentarse en un destino. Aquí las oportunidades se pelean. Aquí los ojos se abren para ver que no todos los viajeros son como esperamos, que las caras amables a veces solo esconden un interior cargado de sombras. Aquí la vida duele, y al mismo tiempo es maravillosa al descubrir que somos seres tan increíbles que no hay mejor compañero que uno mismo. Aquí nos amamos muchísimo, nos dedicamos tiempo a nosotros, a la familia que nos dio la vida, a los pasajeros cuyos corazones ya podemos ver con claridad y nos encantan. Aquí formamos nuestro círculo bonito, y ya no nos importan ni disgustan los seres que no son puros y están atormentados, los alejamos sin más, y con ellos nos deshacemos también, de tenerlas, de nuestras pesadas mochilas.
Y a partir de aquí ¿qué sucede? ¿A dónde vamos? Tal vez en unas décadas tenga la suerte de poder retomar este relato en este mismo blog, pero de momento estoy en un tren y mis maletas están cargadas de expectativas, incertidumbre, ilusión, miedo pero mucho valor para dejarlo a un lado, fuerza para afrontar lo que sea que me espere en la próxima estación… Sea cual sea el destino, siempre estaré agradecida por lo bonito del camino recorrido: por todo lo vivido, lo aprendido con risas pero también con lágrimas, por lo sentido, por lo soñado hecho realidad, por todos los países y rincones conocidos, por la naturaleza disfrutada, las experiencias realizadas…pero sobre todo, por el más increíble de los viajes: vivir.
Que bonito relato la mejor descripción de nuestra vida, ojala que la tuya sea tan bonita como seas capaz de describirla y te colme de felicidad.
Que sea para todos…¡Mil gracias!