Voy a contarte aquí 2 días porque con el primero acabo pronto: no salimos de la playa ni para comer ¡literal! Yoli se puso en huelga de pasos y de subir escaleras y nos metió en la playa desde que salió el sol hasta que se fue. No salimos ni para ir a comer, menos mal que había un chiringuito en el que me compré un bocadillo y Bea tenía algo de fruta, porque a ella la nutría el sol, pero nosotras estábamos famélicas.
Nada, nos llevó a las tumbonas que más cerca quedaban del agua, porque «te coge más el sol así«, y allí estuvimos todo el día. Bromas aparte, fue un placer. Cómo echo de menos esos momentos de tranquilidad, de poder tumbarme al sol y leer, o quedarme dormida sin tener nada que hacer. Mis días de playa ahora son bien distintos: corriendo detrás de un ratoncito que me reboza en arena y no me deja parar. Pero también los disfruto ❤
Vuelvo a nuestra playa croata. No te he dicho que si piensas ir a una y relajarte en la toalla estás perdid@: aquí diría que el 90% de ellas son de piedra. La gente suele llevar colchonetas o directamente alquilar una tumbona. Otro punto importante: si quieres bañarte en Croacia con dignidad, tendrás que llevar unos escarpines. Es dificilísimo mantenerte en pie sobre todas esas rocas redondeadas, súper lisas a causa de la erosión, y al tiempo que las olas te mueven. Salíamos tambaleándonos, gateando un poco…un cuadro. Ni siquiera Bea, que es la cosa más delicada y elegante que existe, se salvaba del ridículo.
En el anterior post te hablaba sobre el choque de emociones que vivimos en Mostar. El mal sabor de boca se fue diluyendo a medida que nuestro día avanzó en las playas de Dubrovnik. Fans de Juego de Tronos, estamos en Desembarco del Rey. ❤️
Dubrovnik es muy muy turístico pero…es totalmente comprensible porque es espectacular. El centro histórico se encuentra en el interior de su muralla. Gente de Lugo, ¡qué afortunados somos por poder subir a la nuestra de forma gratuita! En Dubrovnik pagamos ya 20 euros en aquel entonces, pero cada euro y paso merecen la pena. Desde ella ves sus calles de cuidada piedra clara, sus tejados rojizos, las cúpulas y torres de sus iglesias, el puerto, la fortaleza de San Lorenzo…
Se me olvidó contar que aparte de entrar en Dubrovnik por la puerta de Pile, también lo hicimos por la puerta grande: a Yoli una paloma le dejó un regalito en la ropa, pero su karma compensó la faena haciendo que encontrara 100 dólares.
Pasamos el día paseando por esas calles que, a pesar de la avalancha de turistas, conservaban todo su encanto; comimos en una terracita, tomamos nuestro helado de rigor y por la tarde fuimos a la zona nueva a pasear por el puerto.

Yoli atisbó un nuevo peligro acechándonos al volver a casa: mirando un mapa para tomar la calle correcta, alguien se nos acercó a «ayudar». Lo cierto es que hacía demasiadas preguntas, insistía mucho y Bea y yo esquivamos como pudimos a esa persona a la que le faltó llevarnos de la mano a ver dónde nos alojábamos. «¿Qué pasa? ¿Qué quiere? ¡A casa ya sé llegar yo! » Yoli hizo que se esfumara y ahí nació una de esas frases suyas apoteósicas que se nos quedarían grabadas para siempre (pero que si transcribo…me asesina).
Como no podía ser de otro modo, esta ciudad y mis compis construyeron para mí un recuerdo perfecto, pero todavía nos quedaba otro de los sitios que formarían parte de mi ranking de más bonitos: la carretera que nos llevaría a Kotor, en Montenegro. ¡No te la pierdas!