Amanecimos en Split con unas ganas locas de subirnos a nuestro barco y recorrer la costa croata. El día era soleado, el mar estaba en calma, un armario croata nos condujo a la embarcación, nos acomodamos dentro en una zona de sofás, arrancó y… nos puso monísimas.
Este fue el día en que descubrí que en una manicura, las uñas no solo se cortan en forma redondeada o recta, si no también puntiagudas (aquí ya estaba de moda). Después de navegar un rato, el barco nos dejó en Bisevo, la isla más cercana a la Cueva Azul, que fue nuestra primera parada.
Para visitar esta tienes que hacerlo en una barquita e incluso entrar agachada, ya que se encuentra en el interior de la roca. La afluencia de gente era tal que teníamos números como en el supermercado y pantallas en las que ver cuando nos tocaba tomar nuestra embarcación para la visita. ¿Merece la pena esperar más de una hora para esto? A mí sí me lo pareció.
Vale, empezamos la ruta en los sofás del barco pero eso no podía seguir así. Yoli no tenía playa pero el ansia de moreno nos arrastró a las 3 la popa del barco. Fuera ropa, bikini preparado y el resto del viaje fue un placer. No tenemos yates ni veleros pero por un rato nos hicimos la ilusión, navegando tumbadas al sol, recibiendo gotitas de agua y ese murmullo tan agradable.
La siguiente parada fue la Green Cave (aunque a esta se iba nadando y solo vimos la entrada), pero a continuación tocaba una playa y sí nos animamos a ir. El barco no atracaba, echaba ancla a unos metros y tenías que ir nadando. Nadamos, llegamos, intentamos ponernos de pie y…nos quedamos flotando en la orilla. Las playas croatas suelen ser de roca, con suelos de cantos redondeados en los que sin un calzado adecuado, tus pies resbalan haciendo que caminar con dignidad por ellos sea toda una odisea.
Lo último que hicimos fue visitar la isla de Hvar. Aquí viven unas 12 000 personas así que imagina que apenas un par de horas nos dio para lo justo. Sí caminamos por su plaza principal ante su catedral, nos tomamos nuestro helado, recorrimos la zona del puerto , callejeamos un poco, vimos algún mirador y por supuesto, olimos a lavanda.
En este viaje no hubo un día en el que no termináramos riendo hasta dormirnos, a veces tan brusco que Bea y yo alguna vez nos levantamos a ver si Yoli estaba bien al dejar de oírla de repente. Tal vez por eso también lo recuerde con tanto cariño. El día siguiente lo pasamos en Split, recorrimos de arriba a abajo esta ciudad preciosa (te lo contaba todito aquí) y por la noche salimos a cenar y a tomar algo, aunque entre lo cansadas que estábamos y que no debimos de dar bien con la zona de salir, fue algo más bien breve. Al día siguiente empezaríamos partiéndonos de risa en la frontera de Bosnia, para terminar con cero coñas y un sentimiento incluso hasta doloroso tras atravesar Mostar. El martes que viene te llevo allí. ❤️