Soy una inconsciente, o tal vez una soñadora, pero cuando vi meses antes que la Media Maratón de Budapest me coincidía estando allí, me inscribí sin pensarlo. Y qué mejor excusa para pasar la tarde recuperando en el Balneario Széchenyi .
Guardo recuerdos increíbles de estas vacaciones, pero creo que este fue, sin duda, el mejor día de todos. Me parecía una experiencia preciosa unir mis pasiones: deporte y viajar, pero sobre todo la idea de recorrerme una ciudad desconocida y maravillosa de esa manera.
De todos modos, llegado el día, no las tenía todas conmigo. 12 de septiembre de 2016: 12 días viajando, 12 días pateando, 15 días sin entrenar (eso siendo benévola)… Media Maratón de Budapest, música en mi mp3, ¡y a correr!
Me desperté temprano y me puse mis mallas cortas, mi camiseta Penarubia, mis zapatillas, y me hice el selfie de rigor con cara de: » mis expectativas son mínimas pero a ver qué pasa».
Me fui al metro que me llevaría a la Plaza de los Héroes, parada más próxima a la zona de salida.
Había corrido carreras con más de 10.000 participantes, pero esto era nuevo para mí. Nunca había vivido nada parecido: los vagones iban abarrotados de delatados participantes; la camiseta que nos habían dado al recoger el dorsal la tarde anterior, estaba por todas partes. Me empezó a invadir una sensación de ilusión, de sentirme afortunada de estar allí y de poder vivir aquello. ¿Que corría 3km? ¡Pues era lo de menos! Iba a disfrutar lo que pudiera sin darle vueltas a todo.
Me adentré en el Parque Városliget, desde donde saldríamos, y me encantó el ambiente.
Era una mañana soleada; en ese momento la temperatura era agradable. Había gente por todas partes: unos calentando, otros en el césped… Dejé la mochila en el guarda ropa y busqué mi cajón para salir.
Hay canciones que yo creo que hacen de marcapasos: hacen latir tu corazón tranquilo, tu mente se evade y tu cuerpo está cómodo, te sientes feliz y el tiempo se esfuma, vuela…De eso llené el mp3 que escuchaba en el momento de la salida y los primeros kilómetros comenzaron a pasar.
La Avenida Andrassy y cierto callejeo nos llevó al Puente de las Cadenas.
Los imponentes leones que lo flanquean, el Castillo de Buda, el Bastión de los Pescadores al otro lado… La sensación de libertad, de plenitud, de alegría…El sol, la brisa al atravesarlo… Respiraba muy hondo sintiéndome viva, disfrutando, siendo consciente de que tal vez ese momento fuera único e irrepetible en mi vida.
En la orilla de Buda llegó lo más duro: unos 4 km en línea recta a lo largo del Danubio.
El calor era terrible y la recta se hacía interminable; tuve que parar en cada avituallamiento, en cada puesto o manguera para refrescarme. Pero no estaba cansada, más bien sorprendida: iba despacito pero me sentía genial. Arropada siempre por la compañía de la multitud de otros atletas, los kilómetros avanzaron uno tras otro.
Cruzamos de nuevo al otro lado y continuamos sumando metros en otras calles hasta que finalmente, entré en una zona arbolada en la que las banderas de un montón de países nos esperaban uniendo la calle de lado a lado en lo alto . Miré hacia arriba, vi la mía, y atravesé la meta.
Contra todo pronóstico ¡llegué!, ¡fui capaz de hacerlo! Alguien me colgaba una medalla que aún no me creía que hubiera ganado, pero así fue. Esto me demuestra que lo fundamental es creer en uno mismo, en nuestra capacidad, en esforzarse, en luchar… y que con ilusión todo se consigue.
Me senté en el césped y me tomé una barrita mientras compartía con mis allegados una foto preciosa que me sacó otro corredor: medalla en alto, señalando el escudo de mi club, pletórica.
Cuando se me empezó a bajar un poco el chute de endorfinas brutal que llevaba, seguí caminando por el parque. Había multitud de puestos de comida, dulces, bebidas, espectáculos…
Era un fin de semana de muchas celebraciones y actividades en aquella zona. La tarde anterior, de hecho, había estado viendo baile típico.
No tenía nada de hambre y me fui directamente al balneario. Como decía en el anterior post, en Budapest hay varios famosos, pero escogí el Balneario Széchenyi por ser uno de los más conocidos y de los mayores de Europa.
Tiene 15 piscinas, 3 al aire libre y fue en estas en las que me centré (y porque soy un desastre y hasta días después no me enteré de todas las que había interiores… ¡En fin!)
Realmente era muy grande y estaba atestado de gente, daba incluso un poco de grima si lo pensabas, pero fue una maravilla.
Pasé horas entre aguas cálidas en piscinas al aire libre, en sus bordillos, en tumbonas, cerrando los ojos y sintiendo el sol. Hacía mucho que no sentía tanta paz. Se mezclaba el orgullo del reto alcanzado, el cansancio, la tranquilidad del lugar…
Comprendí lo importante que es saber valorar los detalles que cada día nos ofrece: un amanecer, la sonrisa de tantas personas aquella mañana, el sol que estaba sintiendo… y todos gratuitos.
También andaba un poco mística por aquella época y empezaba a entender que lo realmente importante en la vida, son esos momentos y las personas que nos quieren. Que quien no quisiera estar en mi vida no tenía por qué hacerlo, pero que yo no perdía nada ni debía de entristecerme nunca más por ello. Y sobre todo, asimilé que estando en equilibrio con uno mismo, aceptándose y confiando en nosotros como muchas veces no sabemos hacerlo, por mucho que las cosas se torcieran, realmente nunca más nada podría ir mal.
Tenía y todos tenemos las armas suficientes para ganar cualquier batalla .
Ayyy me voy a tener que ir de viaje contigo 😍😍😍
Cuándo nos vamos!? 🙂
Me gusta. Cada vez más. Transmites tu entusiasmo. ¡Adelante!
Mil gracias Carmen!!